Hace unos días pregunté a un niño de unos cinco años que dijera algo que quisiera mucho, mucho, mucho y él me contestó, con absoluta y normal inocencia, que quería volar como los pájaros. Sonreí al ser una respuesta que ya había oído anteriormente, pero sin embargo luego me sorprendí. Al preguntarle por qué, se limitó a contestarme que quería ser libre, a lo que después añadió "para hacer todo lo que quisiese". Pero no acabó ahí. Me explicó que los pájaros podían ir allá donde quisieran sin explicaciones, sin ataduras, que podían recorrer todo el espacio que deseasen, en el tiempo que necesitasen, y que nadie objetaría nada al respecto. Que podían llegar donde se propusieran. Esta última frase trastocó mi interior. ¿Dónde estaba la inocencia de aquel niño, el "yo puedo llegar a donde quiera" que nos enseñan desde siempre aunque no siempre eso sea realista? ¿Dónde se encontraban sus cinco años? Por mucho que nos enseñen que todo es alcanzable, sabemos que no es así. Y quizás los niños, con su picardía, sinceridad y la elocuencia de sus palabras, sencillas, que brotan, inconscientes, sin darle importancia alguna de sus posibles consecuencias son los que realmente van a hacernos asumirlo. ¿A dónde va la sociedad enseñando a los más pequeños la crueldad y las insatisfacciones de la vida? Pretendemos que crezcan y evolucionen más rápido de lo que deben, y con esto provocamos que se esfume una de las cosas que más caracteriza a la infancia: la inocencia. Y lo peor de todo es que no nos damos cuenta de que grave error estamos cometiendo.
"There is always hope"
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